A Fernando
- Roberto Cáceres
- 11 abr 2024
- 5 Min. de lectura
Hoy os presento un relato del joven Eden, todo un descubrimiento de frescura, imaginación y humor.

Eden Slot
Jovén, atrevido y creativo. Ondulando por los caminos entre género, sexualidad y nacionalidad, cómodamente aventurandose en su futuro.
Holandes de nacimiento, pero granadino de corazón, me encuentro en otra etapa de la vida más, ubicándome en Guadalajara para estudiar gastronomía, y trabajar de mientras en una empresa de teletrabajo.
La escritura siempre me ha gustado, pero nunca he podido sacar el tiempo ni las ganas de ponerme. Gracias a mi nuevo mentor, y nueva inspiración, me adentro en el mundo escriturario y emprendo el viaje.
A Fernando
“Hey…”
“¡Hey!”
Alguien me echa un cubo de agua encima, despertándome al segundo. Miro alarmado a mi alrededor y no reconozco donde estoy. Hay un hombre en cuclillas enfrente, y otro detrás sentado en una silla, con el respaldo mirando hacia adelante, para poder reclinar los codos en él.
Está oscuro, pero no tanto para no poder ver que es un cuarto, con paredes grises y un suelo de piedra, posiblemente un sótano. ¿Dónde coño estoy? No me digas que esto es la nueva experiencia de la casa de terror de mi barrio, porque, joooder. Espera, ¿Cuando he ido a una casa de terror? Nunca, vale, opción descalificada.
Decido preguntárselo al señor tan amable, el de cuclillas, que parece tener las ganas de romperme el cráneo con sus propias manos, qué entusiasmado. Su respuesta es un puñetazo a la cara.
“¿Dónde crees que estás?” “¿Qué? ¿Por qué crees que te estoy preguntando, tío? Claramente no tengo ni puta idea, osea, ¿eres tonto o afeitas bombillas?” Otro puñetazo, estoy en racha. Le miro de reojillo mientras miro a mi alrededor, estirando la mandíbula para soltar un poco de presión, y veo como se acerca al hombre de atrás.
Intento recordar qué estaba haciendo antes de todo esto, ¿que me trajo aquí? Estoy seguro de que estaba de camino a casa de la suegra, pequeñas bendiciones, no tengo que verla aún, pero como pasó no llego a recordar. Siento como si me hubiese comido una bola de algodón, mi boca se sentía raro, como cuando tomaba éxtasis en mi juventud. Me iría bien un chicle en verdad. Así que, método de secuestro: drogado. Razón, por ver; lugar y tiempo, desconocido.
“Jefe, te llaman.” Voz nueva, viene de atrás mía. El hombre en la silla, el jefe, se levanta y empieza a andar hacía la puerta, “Haz lo que desees con él, pero déjale vivo.” y desaparece.
El que le pegó, vayamos a llamarlo Brutus, tiene cara de Brutus, se acerca.
“¿Sabes quién somos?” pregunta. Niego y le miro con ojos grandes. Mis manos están atadas en los reposabrazos a mi lado, atados demasiado seguro para poder escabullirme. “Pues vamos a refrescarte la memoria.” ah, ostias, gracias. Quiero saber quién coño me ha secuestra- ¿Eso son alicates? ¿Se acaba de sacar alicates? ¿De dónde las ha sacado? No veo ninguna mesa o algo con herramientas. Bueno no es importante porque ¡¡¡¡DIOS BRUTUS TIENE ALICATES DIOS DIOS DIOS DIOS!!!!
Después de dos uñas pierdo la consciencia.
Miro a como mi hija está jugando en el agua. Que mona. Alzo mi vista y miro a mi esposo, que bello, allí, con el sol a su espalda. Parece un ángel. Mi ángel, y mi angelita al lado suya. “¡Fernando, Isabela, volved, vayamos a comer!” Les grito, y empiezan a caminar hacía mi. Mi muchacha empieza a correr a unos metros de mí, y salta a mis brazos, haciendo que los dos caigamos a la arena. “¡Papá, papá, papis me ha encontrado esta estrella de mar, mira que bonito!” Levanta el brazo y casi pierdo un ojo a la estrella. La sostengo y miro con ella. “Qué guay, ¿cómo se llama?” “Lo voy a llamar como mi nuevo hermanito, Jorge. Cuando llegue a casa se lo daré.” Isabela sonríe y enseña sus dientes, aún faltando la paleta de leche que perdió el otro día. Fernando se sienta a mi lado, y me abraza, acurrucando a nuestra hija entre medias. “Si, le va a encantar, queda poco para los papeles de adopción.” dice mientras nos mira. “Te amo” Suspiro. Me repite las palabras con amor. “Hey papá, papis, soltadme que quiero un bocadillo.” La agarro más fuerte. “Hey, ¡heey!”
“¡Hey!”
Una bofetada me saca de mi memoria. Fuck, estábamos con Brutus, es verdad. Miro mis manos, la izquierda, aún en buen estado, Amén. ¿Mi mano derecha en cambio? Versión sangrienta y edición especial: sin uñas. No recomiendo esta manicura.
El jefe había vuelto mientras estaba de siesta, y me estaba mirando con mala cara. “No eres Juan Martín Torres, ¿no?”
“¿Quién cojones es ese? No, yo soy Juan Martín Aguilera. Tengo mi tarjeta de identidad en el bolsillo por si quieres verlo. Espera, ¿me estás diciendo que tienes el puto hombre incorrecto? Osea, me coges y me sacas las uñas” miro a Brutus con mala cara, “y no soy ni el tío correcto? ¿Qué tipo de mafia es esta? En fin, bueno, no pasa nada. Bueno sí, sí pasa algo. ¿Pero qué le voy a hacer? No diré nada a la poli, de verdad. Soy tonto, pero no tan tonto, de verdad, osea, en serio. En plan, que me podéis soltar si queréis. Y si no queréis pues nada, pero no me matéis, porque joder, ¿sabes? Pero que soy padre, y esposo, y estaría muy mal dejarles solos, ¿sabes? Osea, que tengo a los dos hijos en casa esperándome y...”
Brutus me da otro puñetazo, cortando mis divagaciones, y se hace todo negro de nuevo.
“Papaaaaa, déjame cogerlo, que llevas todo el rato con Jorgito en brazos.” Alzo la mirada y sus ojos de color castaña me miran con celos. Qué mona. Me echo hacia atrás en el sofá, y bajo los brazos un poco. “Siéntate, que te lo paso. Pero con mucho cuidado, que nos ha costado mucho esfuerzo conseguirlo jajaja.” Pongo el bebé en su abrazo y giro la cabeza hacía atrás, mirando por encima del hombro. Allí, Fernando, con los brazos cruzados apoyado en el marco de la puerta, nos observaba con los ojos llenos de adoración. Siento mi corazón dar un salto, y no puedo parar la sonrisa que aparece en mi rostro. Qué hermoso es mi esposo. Se me acerca y se inclina para besarme. Aquí, reunidos, los cuatro. Mi pequeña familia.
La siguiente vez que me despierto es tirado por encima de los hombros de Brutus mientras anda por un pasillo. Me están sacando. ¡Voy a poder salir! ¡Vivo!
“¿Qué hacemos con él, jefe? ¿Lo puedo matar?” WOWOWOWOW, no hace falta eso, para nada. Pero me quedo callado, mejor que piensen que esté aún inconsciente. Tengo una vista del trasero de Brutus y allí veo los alicates. O my god, tiene un bolsillo especial para los alicates y todo, qué profesional, y justo a lado de esto tenemos un insignificante arsenal de cuchillos, un martillo, llave inglesa y una sierra. Joder, me iban a cortar en trozos.
“Sácalo de aquí, déjalo en la puerta, matalo, lo que quieras. A menos que dejes todo limpio cuando termines.”
Brutus nunca salió del edificio, el jefe tampoco, y mientras clavo el cuchillo que había cogido del cuerpo exánime de Brutus en el pecho del tercer ayudante que encontré en el edificio, pienso en Fernando. Precioso, bello Fernando, y en Isabelita, y en Jorgito. Volveré a reunirme con ellos, y la familia Torres será de nuevo completa, sea lo que sea.
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