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Mi última novela: Mandala

  • Foto del escritor: Roberto Cáceres
    Roberto Cáceres
  • 15 dic 2021
  • 3 Min. de lectura

Por ser el día de estreno y ante la duda de si mantendré una regularidad decente de publicaciones, hoy haré otra que tampoco me cuesta mucho trabajo. Además así aprovecho para promocionar un poco mi última novela, Mandala, de la que ya no me quedan ejemplares en papel (no penséis que es un best seller, es que la tirada era muy cortita). Es una obra bastante eclíptica, un poco realismo mágico, un poco novela histórica, un poco novela río, un poco romanticona, un poco distópica y un bastante nada de todo lo anterior. Salió a la luz hace ya un par de añitos o casi tres, en esos días en los que caminábamos alegremente por las calles sin mascarillas ni preocupaciones de salud, atravesábamos fronteras sin pasaportes de vacunación, no sabíamos lo que era un coronavirus y pensábamos que los toques de queda y los confinamientos eran cosa de películas de guerra o ciencia ficción. Cuenta una historia inventada que, como todas las historias de verdad, se compone de muchas historias interconectadas. Y está ambientada en un mundo casi como el nuestro y en un periodo de tiempo que abarca desde la mal llamada "Guerra Civil Española" hasta poco antes de que el covid cambiase nuestra vida para siempre.


Sin más dilación, porque no soy yo quien para hablar mucho más de mi propia obra,os dejo aquí el fragmento que, a modo de preludio, da comienzo al libro y os emplazo a leerlo dejándoos el enlace de Amazon (el ebook es gratis y el libro físico muy barato).





La música del cosmos


—Parece como si el tiempo se hubiese detenido.

—Y así es, en cierto modo...

—¿En cierto modo?

—Todo es siempre en cierto modo. El tiempo no es más que una quimera... ¡Oh! ¿Sabías que la quimera es la representación de un viejísimo calendario?

—Conversar con usted supone un desgaste terrible, General.

—No me trates de usted, viejo amigo.

—¿Cómo iba a tratarle si no? Usted ya era un señor cuando le conocí.

—Bueno, eso también podría discutirse. Desde mi perspectiva eras al menos tan viejo como yo y, seguramente, algo más venerable. ¿Tienes fuego, Víctor?

—Claro —responde Víctor buscándose en el bolsillo de la chaqueta. Le pasa un mechero a su compañero, pasea la vista descuidadamente por el campo de estrellas esparcidas en la negrura del cielo y deja escapar un lento suspiro.

—Parece mentira —dice—, la de cosas que le pasan a uno en la vida sin darse cuenta.

Don Luis calla, enciende un puro y contempla el planeta que, con la aristocrática pasividad de una diosa viejísima y muy cansada, parece descansar ante sus ojos.

—¿Lo ves, Víctor?

—¿El qué?

—El rastro que dejan los astros en el éter.


Claro que puede verlo, hay cosas que, una vez vistas, ya no pueden dejar de verse... Los haces de luz bailan unos alrededor de otros formando bellísimas espirales de colores que, a su vez, se unen entre ellas trenzándose para componer otras aún más complejas y hermosas. A su alrededor, el cosmos se manifiesta como un inconmensurable mandala multidimensional y la estela de plata que deja la Luna tras ellos se confunde con los reflejos azules que dibuja la Tierra, perdiéndose en un imposible horizonte de finísimos hilos de luz. Serpientes de color que dibujan su sempiterna geometría en el éter. Víctor Hugo se gira hacia su compañero, expulsa el humo y sonríe ampliamente.

—No solo lo veo, don Luis, lo estoy escuchando...

 
 
 

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