Mi última obra. Una saga narrativa ambientada en un mundo mítico imaginario.
- Roberto Cáceres
- 23 dic 2021
- 3 Min. de lectura
Hola, hoy quiero compartir aquí un fragmento de mi último libro. Se trata de el primer volumen de una saga narrativa de mundos imaginarios que tengo aún en el horno, de hecho todavía estoy en proceso de corrección y ni siquiera tengo demasiado claro el título. La historia está ambientado en un mundo mítico de carácter arcaico que podría compararse en ciertos aspectos a la mítica Edad de Bronce de nuestro propio mundo. En el conviven varias culturas diferentes en pugna por el territorio pero también de imponer su paradigma social y religioso. Todas ella con sus héroes, sus villanos, sus dioses y sus demonios.
El fragmento que os dejo aquí es una conversación entre Ninar, una joven noble del matriarcado nasarí y turban, su maestro; un viejo alquimista extranjero descendiente de los hombres de la mítica Kalanda.
Aunque he leído y estudiado mucho sobre el género de la narrativa de mundos épicos imaginarios, este es mi primer experimento práctico. A ver cómo sale. Sin más dilación, os dejo el fragmento:
...

—Bien, ¿qué ves?
—Nada.
—¿Nada?
Ninar mantiene los ojos cerrados y se concentra en la nada que la rodea.
La voz del filósofo suena a su espalda como un leve susurro, lejana a pesar de la cercanía, como si hablase desde un punto indeterminado del infinito.
—Bueno, veo oscuridad, negrura.
—Así que oscuridad. Bueno, eso está un poco mejor. La oscuridad no es lo mismo que la nada, es algo.
—Cierto, la nada no existe es... Imposible.
—¿Imposible?
—En fin, no se puede pensar en nada.
—¿Y eso por qué?
—Porque si pensamos en nada, en realidad estamos pensando en algo. Es…
—Muy bien, joven Ninar. Así es, eso es una paradoja.
—¿Una paradoja, maestro? –pregunta la joven frunciendo el ceño.
—Sí. Una paradoja es una contradicción imposible pero real. Algo que no puede ser, pero sin embargo es. Debe ser. La nada no existe porque existir es ser y ser implica ser algo. Sin embargo, para que algo sea antes tuvo que no ser, es decir, ser nada.
—¿No puede ser, pero debe ser? No lo entiendo.
—No importa, concéntrate en la oscuridad, siéntela. Estás a punto de descubrir una paradoja aún mayor.
Ninar guarda silencio, pero conserva el ceño fruncido. Le resulta frustrante no entender algo.
—Respira, joven Ninar, no pienses en nada, solo respira.
La niña obedece y comienza a respirar pausada y regularmente, como su madre le enseñó en sus ejercicios de meditación, dejando su espíritu flotar libre de ataduras. En unos segundos su rostro se relaja. La oscuridad se espesa a su alrededor. No, no se espesa a su alrededor, se espesa y toma forma dentro de ella. Ella es todo y es nada. Ella es toda la oscuridad en ningún lugar.
—¿Qué sientes, Ninar? ¿qué percibes?
Ninar tarda unos instantes en responder. Primero respira profundamente y sonríe con una mueca amplia y expresiva:
—Yo soy la oscuridad, yo soy la nada que debe ser. Yo soy…
—Muy bien, jovencita: ¡tú eres! Eres nada y eres todo, eres Eol, el dragón primigenio, la oscuridad que ha devorado la luz. ¡Materia sin forma!
Ninar puede sentir las escamas de sombra revueltas caóticamente en apretadas e infinitas espirales sin ruta que ahogan la luz en el vacío. El fuego latente de la existencia atrapado en el no espacio interminable. Pero las formas no terminan de definirse, es una masa informe de nada y de nunca. Y a la vez es un todo, un… ¡una unidad!
—Abre los ojos —susurra el filósofo en su oído.
Ella obedece. La luz lo invade todo, rompe la informidad como en el instante primero el mazo de Bodo rompió la cabeza de Eol y empezó el mundo. La negrura se fragmenta en infinitos pedazos y el color se abre paso dolorosamente a través de las grietas. Ninar parpadea, sus ojos brillan húmedos.
—¿Y ahora? ¿Qué ves ahora Ninar?
Ninar contempla el bosque a su alrededor, el arroyo, un abeto centenario que sobresale entre los demás árboles hiriendo el cielo con su copa de lanza, un milano que rompe la uniformidad azul con su regia silueta, formas difusas de nubes…
—Veo el mundo.
—¿El mundo? ¿Y qué es el mundo, niña?
—El mundo es… el mundo es muchas cosas.
—¿Muchas cosas? ¿No una sola cosa? ¿No una unidad?
Ninar piensa un instante. Cierra los ojos unos segundos y después los vuelve a abrir.
—Esa pregunta encierra una trampa, maestro.
—¿Una trampa? —dice el filósofo sonriendo enigmáticamente.
Ninar le mira fijamente, hay un brillo travieso en sus ojos. Ella también sonríe.
—Es una paradoja, maestro —dice con orgullo.
—¿Una paradoja? –pregunta el maestro ampliando aún más su sonrisa.
—Sí. El mundo es una única cosa y yo formo parte de esa unidad, pero solo puedo percibirlo si me separo de él, si establezco una división en esa unidad.
—¿Quieres decir que el universo es una cosa y a la vez muchas cosas?
—Así es maestro. No podemos percibir la totalidad si no es a través de sus partes.
El maestro ríe pletórico y henchido de orgullo.
—¡Muy bien, Ninar! ¡Ahora has deducido algo importante!
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